“Los mineros viven en chabolas de chapa apiladas unas sobre otras, sin
agua, ni electricidad ni servicios higiénicos”, dijo monseñor Kevin
Dowling, obispo de Rustenburg, en declaraciones a la Agencia Misna, mientras a pocos
metros de distancia de la sede de la diócesis se estaba llevando a cabo
tal vez la reunión más importante desde el 16 de agosto, el día de la
“masacre de Marikana”.
También gracias a la mediación del Consejo Sudafricano de Iglesias, desde esta mañana están reunidos el ministro de Trabajo Mildred Oliphant, los representantes de los cuatro sindicatos mineros más importantes y los administradores de la “Lonmin”, el coloso mundial de platino contra el protestaban los 34 huelguistas que murieron luego de recibir disparos de la policía. “Hay esperanza de que todos los que participan en la reunión se comprometan a condenar toda forma de violencia y a enfrentar realmente los problemas sociales que dieron lugar a la huelga, la intolerancia y las intimidaciones” dijo monseñor Dowling.
Uno de los puntos a tratar es el aumento de los salarios, que el sindicato más radical quiere que suba del equivalente de 400 euros a 1.200 euros por mes. Pero también hay otras cuestiones, que inevitablemente ponen en duda la carrera de las empresas multinacionales por las ganancias. “En lugar de alojar a los trabajadores en viviendas adecuadas, la Lonmin y otras empresas prefieren pagar poco dinero por un subsidio. El resultado es que los mineros se amontonan en tugurios inhabitables, donde falta de todo y el SIDA se propaga a un ritmo impresionante” dijo el obispo. El obispo conoce estos problemas porque entre las casas de chapa corrugada de los mineros coordina varios programas de asistencia, incluyendo la administración de orfanatos y la distribución de medicamentos antirretrovirales. Programas que, paradójicamente, varias veces fueron suspendidos por los estallidos de ira de los mismos trabajadores que de ellos se benefician. Sucedió en febrero, por ejemplo, cuando una huelga de seis semanas en la mina de platino, que está en las afueras de la ciudad de Rustenburg, derivó en disturbios y daños que afectaron a toda la comunidad.
Hay esperanza de que, quizás gracias al encuentro de hoy, algo empiece a cambiar. “Es fundamental que la política más que el poder se preocupe por la gente. Se necesita un nuevo compromiso que favorezca a los sectores vulnerables” dijo el obispo. Esto es confirmado por las dificultades con las que en los últimos tiempos se encuentran los sindicalistas de la National Union of Mineworkers (NUM). “La organización es vista con sospecha e incluso hostilidad por muchos trabajadores, porque adhiere a una confederación que forma parte de la alianza de gobierno liderada por el African National Congress” señaló monseñor Dowling.
Ayer, el Comité Ejecutivo del partido se reunió para discutir sobre los hechos de Marikana y sus posibles consecuencias.
La cuestión de las
minas y, en general, las tensiones sociales en los barrios pobres,
podrían ser un tema central también en diciembre, mes en el que el ANC
deberá decidir si vuelve a postular para la presidencia a Jacob Zuma.
También lo sugiere el comportamiento de la bolsa y la lista de precios:
el platino, tesoro de Sudáfrica, en pocos meses bajó de 2.000 a 400
dólares la onza. Una disminución que hace creíbles las profecías de un
cierre de las minas y los despidos en cadena, en un país donde, a pesar
de que el apartheid terminó hace 18 años, la tasa oficial de desempleo
está estable por encima del 25%.
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