domingo, 24 de marzo de 2013

33º aniversario del asesinato de Monseñor Romero: San Romero de América

Por oponerse a la violencia y defender a los oprimidos, monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdames, (Ciudad Barrios, 1915 - San Salvador, 1980), Arzobispo salvadoreño, fue asesinado,  por un sicario del gobierno, el 24 de marzo de 1980 en El Salvador.

 Ordenado obispo en 1970, había prestado servicio como auxiliar en San Salvador hasta ser transferido en 1974 a la diócesis de Santiago de María. En San Salvador no había estado en sintonía con la línea pastoral progresista del arzobispo Luis Chávez, ni del otro auxiliar, Arturo Rivera Damas.

En 1975, el asesinato de varios campesinos por la Guardia Nacional le hizo atender por primera vez a la grave situación política del país.
 La línea pastoral de Romero comenzó a cambiar. Empezó a ver a los pobres no sólo como personas a las que ayudar, sino como protagonistas de su propia vida.

Cuando el 8 de febrero de 1977 fue designado arzobispo de El Salvador, las sucesivas expulsiones y muertes de sacerdotes y laicos (especialmente la del sacerdote jesuita Rutilio Grande) lo convencieron de la inicuidad del gobierno militar del coronel Arturo Armando Molina. Monseñor Romero pidió al Presidente una investigación, excomulgó a los culpables, celebró una misa única el 20 de marzo (asistieron cien mil personas) y decidió no acudir a ninguna reunión con el Gobierno hasta que no se aclarase el asesinato (así lo hizo en la toma de posesión del presidente Carlos Humberto Romero del 2 de julio). Asimismo, promovió la creación de un "Comité Permanente para velar por la situación de los derechos humanos".

 Como arzobispo, denunció en sus homilías dominicales numerosas violaciones de los derechos humanos y manifestó públicamente su solidaridad hacia las víctimas de la violencia política de su país.  Dentro de la Iglesia Católica se le consideró un obispo que defendía la "opción preferencial por los pobres". En una de sus homilías, Monseñor Romero afirmó: "La misión de la Iglesia es identificarse con los pobres. Así la Iglesia encuentra su salvación." 

 "Queremos ser la voz de los que no tienen voz para gritar contra tanto atropello contra los derechos humanos. Que se haga justicia, que no se queden tantos crímenes manchando a la patria, al ejército. Que se reconozca quiénes son los criminales y que se dé justa indemnización a las familias que quedan desamparadas"

 "El pastor tiene que estar donde está el sufrimiento". "...Si denuncio y condeno la injusticia es porque es mi obligación como pastor de un pueblo oprimido y humillado...”

Insatisfecho por la actuación de la Junta de Gobierno, intensificó los llamamientos a todas las fuerzas políticas, económicas y sociales del país, la Junta y el ejército, los propietarios, las organizaciones populares, sus sacerdotes e incluso a los grupos terroristas; para colaborar en la reconstrucción de El Salvador y organizar un sistema verdaderamente democrático. El 17 de febrero de 1980 escribió una larga carta al presidente estadounidense Jimmy Carter, pidiéndole que cancelase toda ayuda militar, pues fortalecía un poder opresor.

Estes posicionamientos hicieron que se volviese hacia él la mirada de la comunidad internacional. La Universidad de Georgetown (EE.UU.) y la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) le concedieron el doctorado honoris causa (1978 y 1980 respectivamente), algunos miembros del Parlamento británico le propusieron para el Premio Nobel de la Paz de 1979, y recibió en 1980 el "Premio Paz", de manos de la luterana Acción Ecuménica de Suecia.

El 23 de marzo de 1980, Domingo de Ramos, pronunció en la catedral una valiente homilía dirigida al Ejército y la Policía:
“Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto, a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles... Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: "No matar". Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión”.




Al día siguiente, hacia las seis y media de la tarde, durante la celebración de una misa en la capilla del Hospital de la Divina Providencia, fue asesinado en el mismo altar por un francotirador. Se atribuyó el crimen a grupos de ultraderecha, afirmándose que la orden de disparar habría sido dada por el antiguo Mayor Roberto D'Aubuisson (uno de los fundadores, posteriormente, del partido Alianza Republicana Nacionalista, ARENA); sin embargo, no se detuvo a nadie y todavía en la actualidad permanecen sin identificación y castigo los culpables.

Su asesinato provocó la protesta internacional en demanda del respeto a los derechos humanos en El Salvador.




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